sábado, 21 de mayo de 2011

flagelo

La rutina

Los sueños de salir de la estructura adquirida con los años.

Pienso en soledad, pienso en sentimiento cero

El momento del movimiento, palabras que se repiten en mí

Miedo da quien miedo tiene

Ira da quien ira posee

No hay que hablar de más…

…Entonces agarré un cuchillo y comencé a usarlo con mi cuerpo

Primero lo pasé por mi cuello, labios y encías, produciendo cortes y sangre rica sangre; lo pasé por mi pecho y luego hice una parada por mi panza. Allí practiqué una incisión en mi hígado, para poder deshacer el mal que me estaba produciendo; seguí sin dolor y lo pasé por mis testículos, para cortarlos sin más ceremonia que un grito de dolor y agradecimiento.

Viendo mis piernas bañadas en sangre tomé de ella y me enjuagué la cara; volví a agarrar el cuchillo y me hice una extensión de los dedos de los pies, prolongando el espacio entre cada dedo con sendos cortes.

Luego tuve ganas de arrancarme las uñas, no sin antes tomarme un poco de morfina, para seguir sin dolor y poder cumplir con mí cometido; cometido de daño y flagelo propio.

Ahora me dieron ganas de cortarme el ano, entonces me metí el cuchillo por el agujero y con fuerza produje un corte que alcanzó mi pene. Como no podía verme bien, me dirigí al baño para verme en el espejo, y allí pude corroborar con placer como mi cuerpo se destruía no por nadie más que yo mismo, el propio espíritu y alma del cuerpo destrozado ya.

Con un corte nuevo pude extraer de lo que quedaba junto en mí, mi próstata.

Pocas fuerzas me quedaban, pero sin embargo tuve ganas de seguirme lastimando.

Agarré el puñal hediondo de excrementos y comencé a picarme una y otra vez en diferentes partes, para luego de unas cuantas puñaladas, lograr el valor de penetrarme los ojos, quedando ciego e introduciendo la hoja maldita en mis preciosos oídos, dejándome sordo primero del oído derecho y luego del izquierdo.

Ya mutilado, mi ser se regocija en no haber lastimado a ningún otro ser, habiendo sido puro y bendito, bueno y compasivo, solo llevado a la ruina…por la propia mente, por el propio cuerpo y el propio ser que es quien amalgama las partes que lo componen.

¿Qué tan bueno soy?

¿Qué tan bueno fui?

Por favor (hablándome a mí mismo) vení a darme muerte, que no soporto más mi vida y su simple rutina, su cualidad de ser como siempre me dijiste que sea, y la complicación en lo simple y libre.

(Una hora de lamentos no es poco comparado con una vida de rechazos y vanas explicaciones, peripecias de la alienación dentro de uno mismo)

¿Quién es quien escribe?

Acá llega la parte del perdón, y la oscuridad en mí da de sí para vaciar de sentidos, para olvidar lo vivido, negando lo aprendido, y rechazando el porvenir bañado en sangre.

Un rio de sangre que comulga con las muertes de quienes a la montaña quisieron llegar, de quienes sus manos no pudieron soltar y tristes cantos pudieron solo cantar.

Me olvidé de la gloria seductora de la soledad, de la ilustre vivencia de comulgación con seres inadaptados que solo sorben de la vida para marchitar un poco el canto de los ángeles enjaulados.

Me olvidé de la luz, y nada tiene que ver lo dicho con lo que promulga el verbo de quien quiere seguir viviendo, escribiendo.

Ahora bien, si no he de haber lastimado a nadie, mas a mí sí, ¿qué tan bueno me veo ahora? Y… ¿Vale la pena penar por este descubrimiento?

Penas que producen cortes, cortes que liberan sangre, sangre que recrea vida que se aleja, vida que se va y no hace crear más vida, pues no es un río que da de sí para la naturaleza, simplemente alimenta paredes y enfermedad.

No vale penar por nadie ni por mí, y en este alejamiento de la terquedad, no se que queda, si es dolor, enfermedad, locura o vanidad.

Deseo no quede nada, y así vagar libre de todo ser…

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